Margarita de Dinamarca celebra sus 50 años en el trono danés con una colorida fiesta
Mientras el Reino Unido despide a la monarca más longeva de su historia y se suceden los actos ligados a la proclamación de Carlos III como nuevo jefe del estado, los daneses celebran estos días los 50 años en el trono de su reina Margarita. Aunque la magnitud de estos eventos se ha visto sensiblemente reducida en señal de respeto a la memoria de la soberana británica, lo cierto es que ayer domingo el castillo de Christiansborg vivió una de sus fiestas más emotivas, espontáneas y divertidas de su historia reciente.
Margarita congregó a toda su familia, a miembros de otras casas reales, como la sueca y la noruega, a políticos y a otros ilustres dignatarios en una celebración marcada por la música, el colorido y, sobre todo, por la estrecha y afectuosa relación que mantienen la reina y su heredero, el príncipe Federico. Durante el discurso que este último pronunció en honor a su regia madre, no faltaron los chascarrillos ni los comentarios ingeniosos, pero se destacó fundamentalmente por el abrazo y el cariñoso beso que compartieron madre e hijo con total naturalidad una vez finalizada su alocución.
“Tú pintas y yo hago ejercicio. Tú vas en busca de hitos del pasado, yo me escondí para evitar que me descubrieran. Tú dominas la palabra, a mí a veces me falta. A ti te gusta la música clásica, a mi el rock”, bromeó Federico sobre las disparidades en sus respectivas personalidades, para a continuación emocionar a Margarita con su firme vocación de servicio. “Cuando llegue el momento, manejaré este barco para conducirlo siempre hacia delante”, rezan unas palabras que, inevitablemente, recuerdan al cambio constitucional que acaba de experimentar el Reino Unido.
De la reina Margarita siempre se ha dicho que es una de las figuras más extrovertidas y hasta excéntricas de las familias reales del viejo continente, y lo cierto es que ayer demostró que sabe moverse a la perfección entre los actos más informales, sin encorsetamientos artificiosos, y aquellos caracterizados por la máxima solemnidad. Durante el banquete ofrecido en su honor, la reina se sentó entre sus homólogos noruego y sueco, Harald V y Carlos Gustavo, a quienes nunca se les ha atribuido precisamente un gran sentido del humor. Sus serios rostros contrastaban claramente con la eterna sonrisa de Margarita, su simpatía y, todo sea dicho, también con su precioso vestido azul.