Kate Moss reflexiona sobre su encuentro con el malogrado y polémico Hugh Hefner
La modelo Kate Moss no ha tenido reparo a la hora de ofrecer, en su última entrevista a la edición británica de Vogue, su visión más personal sobre el fallecido Hugh Hefner, el magnate y propietario de la revista Playboy cuya imagen se ha visto especialmente empañada durante los últimos meses, a cuenta de una nueva serie de acusaciones sobre los abusos que habrían sufrido las famosas ‘conejitas’ que vivían en su imponente mansión californiana.
El único encuentro entre la supermodelo británica y el empresario, quien murió en 2017 a los 91 años, se produjo en 2014 y a raíz del único posado que protagonizó la celebridad para la portada de la reconocida publicación. Moss ha revelado que Hefner le dejó una impresión muy grata durante las pocas horas que tuvieron para charlar, y en ningún momento advirtió señales o indicios que pudieran desembocar en comportamientos inapropiados por parte del también editor.
“Bueno, conocí a Hugh Hefner. Fui a su casa. La verdad es que me cayó muy bien. Estaba con sus hijos y algunas de sus conejitas. Fueron ellas las que me guiaron por la casa para que pudiera conocer sus rincones y demás. También conocí a su secretaria, con la que llevaba trabajando cerca de 70 años. Parecía una institución adorable, era algo muy familiar. No lo sé, la verdad es que a mí me gustó: no vi nada desagradable o perturbador. El ambiente era muy distendido”, ha relatado la maniquí.
Esa imagen contrasta notablemente con los últimos testimonios que han trascendido sobre las conductas de Hefner para con las inquilinas de la mansión Playboy. Dos de ellas, Holly Madison y Bridget Marquardt, han roto su silencio esta semana a su paso por el podcast ‘Girls Next Door’. En su llamativa conversación, ambas han retratado a Hefner como un manipulador emocional que incluso echaba mano del victimismo y de unas aparentes lágrimas de cocodrilo para conseguir su objetivo de acostarse con ellas. Además, estas exconejitas han señalado que llegaron a cobrar más de 1.000 dólares a la semana, pero que tenían que seguir a su “amo”, como si fueran sus perritos falderos, para que les abonara el dinero en efectivo.